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EL JARDIN DE LA COSTURA

Inviernos a medida

Inviernos a medida

Charo Pita, escribió este cuento, inspirado hacia la admiración que tenía por la costura. Fue ganadora del cuarto certamen en Caja Navarra de cuentos de invierno. Y sin querer este cuento, ha llegado a mis manos, gracias a un amigo.

Les sugiero que se regalen un rato de tranquilidad, cojan buena postura, se relajen.... y lean esta pequeña historia imaginando que algun@ de ustedes son algun de estos personajes.

Se títula "Inviernos a medida"

Las primeras heladas eran el aviso. Al principio, tercamente instaladas en la incertidumbre del invierno, evitábamos entrar en los armarios y revisar las prendas más gruesas envueltas en un tufo a naftalina que salía en oleadas con sólo entreabrir puertas y cajones, un olor entre penetrante y seco que hacía a las ropas de moda aunque se hubiesen estrenado un año antes.

Tras el primer catarro no tardábamos en olvidar los remangues del verano y nos lanzábamos de lleno a comprobar los estragos que unos pocos meses habían hecho en nuestro cuerpos: los brazos, demasiado largos, sobresalían desnudos por entre las mangas de los abrigos, demasiado cortos; las faldas rebasaban los límites de la decencia escalando por encima de los muslos; las pantorrillas, extranamente cuajadas de pelos, apenas se lograban esconder tras las bastillas, reducidas al dedillo. Era entonces cuando alguna de nosotras susurraba:

-Deberíamos visitar a Neves.

Mi padre y mi hermano Adrián callaban, como si gracias a la virilidad de su aspecto fueran inmunes al frío, pero en su interior Adrián experimentaba el mismo alivio que nosotras porque en casa todas las mujeres sabíamos, también él, que en el mismo instante en que se hablaba de aquella modista portuguesa que manejaba el pespunte con habilidad de una maga, los primeros arañazos invernales se deshacían del mismo modo que se diluye la escarcha bajo un soplo de aliento.

 Sólo con pronunciar su nombre, Neves Trasosmontes  ya nos abrigaba. Aquella mujer de habla sibilante, melena africana, piel blanca y ojos grises tan claros que se confundian con las nubes, era la portuguesa de aspecto más nórdico que vería en mi vida, como si su cuerpo menudo lo hubieran hilvanado manos de múltiples razas.

Todos los años íbamos por su casa dos sábados de enero, temerosas de borrasca, cargadas de retales que ella combinaba palpando el tejido, valorando de ese modo la hermosura del paño, la pana o la franela, sin necesidad de la mirada para juzgar la intensidad del color o la calidez de la urdimbre.

-O inverno é um amigo especial, um amigo de aperta moito gélida. Há que aprender a querelo. E isto ajuda

-nos decía esgrimiendo las telas y yo pensaba que tal vez gracias a la encrucijada climática que se percibía en sus orígenes, Neves había adquirido ese don de templar estaciones.

Aqui ha uma camisa moito quente, imaganaba Neves, al tiempo que sus dedos viajaban por el genero.

Aqui um sobretodo envolvente e resguardado para os días polares, e aqui...

Mi madre, mis hermanas y yo misma nos entregabamos a ella y la dejábamos cortar, enhebrar, coser, descoser rematar, deshilacharnos los orillos, abrirnos caminos con la aguja, aquí una puntada, allá un alfiler, un poco más de bastilla, un poco menos de sisa, buscando de reojo algún espejo en el que poder disfrutar de nuestra figura invernal todavía en confección.

Mi hermano disfrutaba en silencio de aquel ritual, y con la mirada acurrucada en una esquina, trataba de olvidar las palabras que cada solsticio le repetia su padre quien, incapaz de comprender los milagros que la costurera tejía, llenaba su armario con ropa de almacén.

 -A tu edad no me importa que tengas la cabeza a pájaros- le espetaba-. Pero no dejes que una modista de tres al cuarto te remiende el gusto, chaval.

De pronto, ajeno por completo al mandato paterno, el índice implacable de la modista se adejantaba y señalaba a mi hermano con sugerente cimbreo. Adrián contemplaba el dedal que invierno tras invierno lo seducía colorado y por fin, se levantaba. Su silueta desgarbada pareciá un brote indefenso en mitad de un temporal; de pie en el centro del cuarto, los ojos cerrados, el pulso acelerado, la respiración jadeante, intentaba concentrarse en algo que no fuese la tibieza de aquellas costuras con las que Neves le iba organizando las carnes.

Así íbamos creciendo a tráves de los inviernos, dotadas de una vestimenta que amansaba los fríos. Así iba madurando mi hermano bajo el amparo de Neves, ampliando su pecho de geografías y encajes, así hasta que cumplió dieciocho años. Era el primer sábado de enero, y de acuerdo con las costumbre, preparábamos la visita anual a la modista. Entonces, llegó mi padre.

-Tú no vas- dijo dándole a mi hermano un manotazo amistoso-. Este invierno lo pasa a pelo. Ya no tienes edad para amores de costura.

Ante una señal de nuestra madre todas las hermanas recogimos los retales y salimos sin hacer ruido dejando a Adrián abandonado a su sexo.

Hasta las diez de la noche no regresamos a casa. El frío blanqueaba las calles, pero después de visitar a Neves traíamos el ánimo alegre, vestido como para una fiesta. Sólo cuando la llave gimió en la cerradura, nos acordamos de él. No sin cierto remordimiento, ideando alguna disculpa, abrimos la puerta y nos detuvimos en seco: sobre el sofá del salón, junto a un alfiletero, una bobina de hilo, dos botonos y un dedal se sentaba Adrián empuñando aguja y ijeras con fervor de enamorado, las piernas cubiertas con una tela de abrigo.

 Nunca supimos qué ocurrió aquella tarde. Contra todo pronóstico, cuando mi padre entró en el cuarto no hizo ningún comentario despectivo. Tampoco se le oýó protestar al sábado siguiente cuando Adrián nos acompañó a casa de Neves apretando bajo el brazo su primera obra maestra: una camisa de paño con el cuello torcido.

Y tres años más tarde, el día que nuestro hermano inauguró Inviernos a Medida, la que con el tiempo se convetiría en la más famosa sastrería de la comarca, y anunció su compromiso con Neves, hechicera de la puntada y quince años mayor que él, mi padre entró el primero en la tienda, se quitó la chaqueta, puso los brazos en cruz, se dejó rodear por la cinta métrica y suspirando comentó:

-Está claro, con el invierno no hay quien pueda....

FIN.

Espero que disfruten de este cuento como yo lo he hecho.

 

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